Sí, sí. Ya sé que llevo bastante tiempo sin publicar nada. Casi medio año. Que esto parece más abandonado que el blog del Carballo. Pero de vez en cuando me paso por aquí para dar un par de pinceladas sobre cosas que me vienen a la cabeza. Y más con el tema del confinamiento. O semiconfinamiento. O lo que quiera que haya ahora mismo que impide que abran los bares, pero lo demás siga con relativa normalidad. Aunque si queréis saber de mí, tenéis las redes sociales (principalmente Twitter, porque las otras es de lo que va el post de hoy) y Twitch, donde hago directos casi todos los días. Así que pasadas el párrafo de disculpas inicial, vamos con lo que importa.
Decía que llevo tiempo sin escribir en el blog, pero en Instagram llevo aún más tiempo sin publicar nada. Mi última publicación coincide, casualmente, con el último post de El Txoko de Bori que hice hace más de un año. La última foto que subí a Instagram es del 11 de septiembre de 2019. La vida es así. A una parte de mí le da pereza escribir (ya lo veis) y a otra parte le da pereza salir y conocer sitios nuevos. El abandono de ese apéndice de esta bitácora viene dada, simple y llanamente, porque no he ido a comer a sitios nuevos y, por lo tanto, no tengo nada que escribir al respecto. Pero no es lo mismo en Instagram donde podría haber subido cualquier chuminada en el último año. ¿Por qué no lo he hecho? Perezón.
Aún así tengo que reconocer que entro mucho a Instagram. Entro, veo unas cuantas stories, veo unas cuantas fotos, dejo unos cuantos me gusta y me voy a buitrear por otras redes. Sigo haciendo uso de la aplicación, no la he dejado, pero he pasado de generar contenido en ella a consumirlo. En gran parte, como digo, por pereza. Soy una persona aburrida. No me gusta hacer gran cosa. Lo paso bien en casa, charlando con amigos por Discord y jugando a la consola. De vez en cuando veo alguna película o serie o leo un libro. Pequeños placeres que se dicen. Cuando nos confinaron en marzo, tardé un par de días en caer en la cuenta que había variado entre poco y nada las rutinas diarias a pesar de estar todo cerrado y no poder salir de casa. Salía con el perro por las mañanas (el resto de salidas del perrete las hacían otros miembros de la unidad familiar) y mantenía una rutina muy parecida (clavada) a los meses anteriores al Estado de Alarma. En resumidas cuentas, ¿qué vas a subir a Instagram si no haces nada que merezca la pena compartir? Tal vez hubiera sido buen momento para hacerme una cuenta nueva en la que subir fotos comiendo chettos tirado en la cama, pero no se me ocurrió.
Luego llegó el verano, empecé a trabajar y tampoco hice nada especial o digno de subir a Instagram. Es cierto que me varió la rutina (obvio), pero de casa al trabajo y del trabajo a casa, con excepción de alguna caña esporádica con algún amigo. Nada especial. Nada reseñable. Y aquí sigo, en esas circunstancias, sin nada que contar y sin ganas de contar nada en Instagram. Eso sí, entrando varias veces al día para ver qué hace la gente.
Pudiera parecer que lo hago por algún tema de envidia. De ver cómo los demás se divierten mientras yo estoy amargado en casa, pero no es así. Yo agradezco estar en casa. Salgo un rato a pasear al perro y luego tengo la rutina más o menos marcada con cosas para hacer hasta la hora de dormir. ¡Incluso socializo! En realidad, lo que ha sucedido este verano atípico ha conseguido que me hierva la sangre. No había más que ver a la gente de fiesta, sin respetar la distancia, con distintas compañías, sin mascarilla para darse cuenta que la cosa no iba especialmente bien. Viajes, fiestas, reuniones sociales… Menudo festival del coronavirus en mis stories del Insta. Sí, sí, que puede ser que estoy amargado (en realidad no demasiado), pero hay gente que tiene mucha frente y poca cabeza. Desde hace tiempo sabemos que Instagram es la red social del postureo. Del qué guapo soy, qué tipo tengo. Del aqui, sufriendo. Y hay gente que no quiere bajarse de esa burra ni con una puñetera pandemia mundial descontrolada sobrevolándonos.
Así que mi decisión ha sido cerrar la puerta al salir (o entrar) y quedarme en la mirilla cotilleando lo que hacen otros para tomar nota mental para mis asuntillos. Soy un cotilla, qué se le va a hacer, pero ya no me interesa mostrar una vida y realidad más o menos anodinas y más o menos aburridas, pero que a mi me gusta. Dejo espacio a la gente en Instagram para que siga mostrando su mejor cara que ya me encargaré yo de verla y criticarlo para mis adrentos y/o allegados.